Paso una de estas tardes, lluviosa y
fría, leyendo un libro bonito, ameno e instructivo. Titulado “Cartas europeas
de Navidad”, hace unos años lo regaló una empresa entre sus amigos y clientes en
las fiestas navideñas.
Los autores de las cartas son
personajes fundamentales en nuestra cultura: Bela Bartok, Erasmo de Rotterdan,
Luis de Góngora, Teresa de Ahumada y así, hasta diecinueve autores. Diecinueve
formas de ver la vida cotidiana y la Navidad en diferentes épocas, desde el
siglo XVI hasta el XX.
¿Que qué encuentro en ellas?. A veces
la nostalgia de quien pasa la Navidad fuera de su hogar, como es el caso de Bela Bartok, que añora a sus hijos en su Hungría natal cenando solos en
la nochebuena de 1940. Son entrañables sus frases llenas de cariño, castigado
por la lejanía. Hay cartas que destilan el ajetreo de alguien que no dispone de
tiempo debido a la intensidad de su vida. En otras aparece, se deja ver, cierta
sensación de cansancio. Ya digo, diecinueve maneras diferentes de vivir esta
época en otros tiempos.
Como en botica, hay de todo. No
obstante todas tienen un denominador común. Los autores, eran tiempos pasados
tal vez incomprendidos para muchos de hoy, hacen un alto en sus actividades
para tomarse un tiempo e imaginar que se mantiene un monólogo con la persona a
quien se destina la carta.
Tardarían tiempo en llegar a sus
destinatarios, pero están repletas de pensamientos profundos, de cavilaciones
sobre lo propio y lo ajeno. Por eso mismo, estos contenidos trascienden más
allá de la simple carta para transformarse en pequeñas reflexiones útiles a
muchos lectores.
Con las ideas acerca de la familia, el
cariño, el trabajo o los deberes, los escritos nos hacen ver los conceptos que
sus autores poseían sobre
valores de entonces que aún son importantes en los tiempos actuales. Tal vez
perennes para los humanos, pero digo “tal vez”. No me atrevo a dogmatizar.
Y, claro, sus comentarios acerca de la
Navidad. Se deja ver la idea de una celebración serena, familiar, rebosante
de cariño y sin mayores pretensiones que las que pueden aportar los seres
queridos alrededor de una mesa llena de manjares adecuados a la época. En todas
las cartas se intuye que, para sus autores, el calor familiar es lo esencial de
las fiestas que estamos viviendo.
Para muchos de nosotros, ese sigue
siendo el valor de estas fiestas, lejos del loco y absurdo festival consumista
en que las han transformado.
Siendo adolescente escuché un villancico
sudamericano que venía a decir que la Navidad “se la apropiaron los ricos pa secuestrarla
y venderla”. No quiero comentar esto, pues su veracidad me da dolor. Ya en la
década de los sesenta, una empresa lucense aconsejaba por radio “practique la
elegancia social del regalo…” y así hasta nuestros días, consumo sobre consumo.
El mensaje ha ido creciendo como una bola de nieve y ha atrapado a muchos.
Hay amigos a quienes la Navidad produce
tristeza, claro. Es el recuerdo de los que faltan, de los que se han ido. Pero también están los que
han llegado a nuestro lado y llenan de alegría nuestras vidas. Es un ciclo
vital en el que estamos metidos. Disfrutemos de ese ciclo del que tenemos la suerte
de seguir participando.
Porque eso es lo que celebramos con los
nuestros en estos días, en el solsticio de invierno. Que la vida renace y, de momento,
sigue contando con nosotros.
Ahora, en el día más corto del año,
deseo feliz Navidad a quienes me hacen el gran regalo de su amistad y su cariño.
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